A las orillas del Mithi - El País
En la ciudad de Bombay, Dharavi constituye el mayor barrio de chabolas de Asia. Allí, son bien conocidos los oficios de lavandero, artesano y sastre, entre otros, pues el enclave ha sido durante muchos años el centro de producción de cientos de empresas del mundo.
Pero más allá, justo donde el conocido slum termina para dejar paso al río Mithi, en Mahim, es donde Ataf y sus compañeros han encontrado su lugar, desempeñando una función completamente difamada por sus vecinos. Ellos trabajan como recicladores de lo ya reciclado en las factorías y plantas de la ciudad. Su desagradable labor consiste en comprar bolsas de desechos, cargarlas hasta la orilla del río, buscar con sus manos entre toda la porquería que hay en ellas y revender a las propias factorías o almacenes de reciclaje el metal que encuentran.
Un día, Altaf, por optimizar el trabajo, propuso hacer la búsqueda de metal más exhaustiva quemando los restos de basura restantes, confiando en encontrar alguna pequeña pieza más entre las cenizas. Desde entonces y aún hoy en día, en la orilla del río Mithi se puede ver cada amanecer una columna de humo negra que, al desvanecerse, deja un ambiente cargado y una montaña de ceniza que esconde tres veces más metal del que encontraban a ojo.
Su jornada comienza a las nueve de la mañana y acaba a las siete de la tarde, aunque cada uno es libre de marcharse antes o quedarse más tiempo. Recaudan entre cuatro y ocho euros al día con los que costean bien sus gastos. Según Altaf, muchos derrochan lo que ganan en alcohol, quizás para soportar su condición, pero él tiene aspiraciones y confía en salir algún día del basurero para arrancar su propia empresa. Mientras ese día llega, se resigna a enfrentarse a diario a unas condiciones deplorables para el resto de clases sociales y a vivir acostumbrado a la marginación.
Read MorePero más allá, justo donde el conocido slum termina para dejar paso al río Mithi, en Mahim, es donde Ataf y sus compañeros han encontrado su lugar, desempeñando una función completamente difamada por sus vecinos. Ellos trabajan como recicladores de lo ya reciclado en las factorías y plantas de la ciudad. Su desagradable labor consiste en comprar bolsas de desechos, cargarlas hasta la orilla del río, buscar con sus manos entre toda la porquería que hay en ellas y revender a las propias factorías o almacenes de reciclaje el metal que encuentran.
Un día, Altaf, por optimizar el trabajo, propuso hacer la búsqueda de metal más exhaustiva quemando los restos de basura restantes, confiando en encontrar alguna pequeña pieza más entre las cenizas. Desde entonces y aún hoy en día, en la orilla del río Mithi se puede ver cada amanecer una columna de humo negra que, al desvanecerse, deja un ambiente cargado y una montaña de ceniza que esconde tres veces más metal del que encontraban a ojo.
Su jornada comienza a las nueve de la mañana y acaba a las siete de la tarde, aunque cada uno es libre de marcharse antes o quedarse más tiempo. Recaudan entre cuatro y ocho euros al día con los que costean bien sus gastos. Según Altaf, muchos derrochan lo que ganan en alcohol, quizás para soportar su condición, pero él tiene aspiraciones y confía en salir algún día del basurero para arrancar su propia empresa. Mientras ese día llega, se resigna a enfrentarse a diario a unas condiciones deplorables para el resto de clases sociales y a vivir acostumbrado a la marginación.